martes, 2 de abril de 2013

L

Empecé a fumar cuando me empezaste a faltar. Solía imaginar que ese cigarro eras tu, que cada vez que daba una calada, todo lo bueno de tí se quedaba dentro de mí y soltaba lo malo. Lo que no podía ni llegar a imaginar es que lo que me haría daño no era lo malo, sino lo bueno. Lo que yo no sabía es que, junto con lo bueno, entraba una adicción a tí que se clavaba en mis huesos. Y es que... ¿qué es peor: una adicción a lo bueno? ¿O a lo malo?. Cuando nos adicionamos a algo malo, la solución es muy sencilla, lo cortas y punto. Pero cuando la adicción es a lo bueno, a los recuerdos, a los besos, a las caricias, no sabes cómo deshacerte de ello, es más, lo que haces es dejarlo fluir, hacerte cada vez más y más adicto.
El problema llega cuando tu te vas, porque la adicción con lo bueno que se ha quedado dentro, que te ha calado hasta los huesos, se convierte en dolor, dolor que está muy adentro, y que no puedes expulsar. Cuando tienes cosas malas en exceso que te hacen daño sólo tienes que darte cosas buenas, pero, cuando son las buenas las que te hace daño, ¿qué haces?. Sólo te queda esperar y tener la esperanza de que algún día puedas llegar a olvidar su sonrisa, los bordes de su cuerpo, su mano acariciandote y sus labios en los tuyos. Una vez escuché a alguien decir que perder el amor es como perder un órgano dañado, es como morir, sólo que la muerte acaba... ¿esto? Podría continuar siempre.

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